Estando en Budapest un barman me contó la siguiente historia que le había contado su padre, y a éste su abuelo y a su abuelo ...
En la ciudad de Buda vivió un noble magyar que lo tenía todo; o al menos, pienso ahora, aquello que para el primero en armar el relato era todo.
Vivía en la mansión familiar. Poseía caballos finos que eran su única debilidad, además de las putas, por cierto finas. Su descendencia estaba asegurada por una prole de madre de antiguo linaje. El sistema feudal le garantizaba privilegios, bienes y sumisiones humanas.
Sin embargo el Quejoso, como lo apodaban, que saltaba de caballo a puta, de éxtasis de santo a excesos de libertino tenía la obsesión de la queja.
A quien tuviera de víctima momentánea, o fija en el caso de los siervos, no paraba de relatarle sus innúmeras desgracias. Esto siempre en el interregno entre placeres.
Era la suya una manera tan convincente y veraz de contar sus pesares que el oyente adquiría para siempre la enfermedad de la queja.
Lo que nadie sabía es que el Quejoso disfrutaba muchísimo de sembrar en los demás un defecto que en realidad no tenía.
El barman movía la coctelera de plata cuando me guiñó un ojo: "Lo se bien porque el abuelo del abuelo del abuelo de mi abuelo era el Quejoso.
Y míreme a mí. Mi desgraciado destino ... siendo descendiente de unas de las más antiguas y nobles familias húngaras por el comunismo ateo acá estoy, empleado, un sirviente más en ..."
En ese momento un resorte me impulsó de mi sitio. En la misma pirueta puse una propina sobre el mármol, me di vuelta enfilando hacia la salida y dejé al hombre lamentarse solo.
Si bien por venir de donde venía ya debía estar inmunizado contra el mal en cuestión nunca me gustó tentar al Maligno.
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Difícil de complacer
Soler sabe a veces decir sí
Soler a veces se preocupa demasiado. Sobre todo cuando tiene que decir sí cuando querría decir no. Esto lo pone de mal humor. Lleva la contradicción dentro suyo reflejada en la cara. Son las 5 de la tarde. Está en la calle. Va a encontrarse con Leny...
La vio por primera vez en casa de Santiago donde Soler solía jugar al póker una o dos veces por semana. Le gustó la forma en que lo miraba directo a los ojos, colgada del brazo de Santiago, al que llamaba todo el tiempo mi amor.
Luego se cruzaron en alguna fiesta aquel invierno en que Soler festejó su cumpleaños 30 tomando copas en un bar que Leny eligió. Ella tenía entonces 19 años. Aquella noche entre las dos puertas de vidrio que los aislaban del frío, ella lo besó y le puso un sobre celeste en el bolsillo del saco cuando 3 bocinazos los llamaron desde la calle.
Soler leyó y releyó la nota: "Mañana a las 5 en casa. Te quiero. L.".
Se tomó un wisky. Se lavó los dientes. Se acostó sabiendo que soñaría con ella, cosa que solía ocurrirle desde el día en que la había conocido...
Leny le tira el llavero envuelto en un repasador que baja los doce pisos en un instante para caer en el centro de las palmas de Soler, entrenado ya por años en este deporte. Abre la puerta de vidrio y metal. Sube los doce pisos mejorando su imágen en el espejo. Como suele, toca timbre antes de abrir. Ella lo recibe radiante. Se ha arreglado especialmente para él. Sabe que esto a Soler le encanta.
Leny le exige que la ayude a cumplir sus planes. Lo envuelve con cataratas de palabras... todas frases coherentes por separado, pero cuando ella por fin se calla para moverse por la casa como gacela en peligro, buscando algo que encuentra para pasar a la búsqueda siguiente, Soler siente vértigo y frío al repensar lo escuchado. Es el discurso de una depredadora. Leny es un animal hermoso cuyo instinto es perseverar y está dotada para hacerlo o conseguir quien le alivie la carga.
Ella decide todo. Como cuando lo obligó a estar presente mientras informaba a Santiago que lo dejaba por él. Santiago los insultó fuerte, les deseó las peores desgracias. Fue toda una escena de violencia en la calle con intervención policial incluída.
Ella se sienta frente a él. Lo mira fijo apurando la definición. Soler dice a todo que sí.
Ella se le tira encima, lo besa, le mordisquea el cuello. El le sonríe. Ella le gime urgentes deseos al oído. El vuelve a sonreir. Luego se desnudan. Se estiran sobre la sábana celeste. Soler suele mirar en momentos como este los cuerpos unidos nadando en el espejo.
Soler a veces, como ahora, es feliz.
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La vio por primera vez en casa de Santiago donde Soler solía jugar al póker una o dos veces por semana. Le gustó la forma en que lo miraba directo a los ojos, colgada del brazo de Santiago, al que llamaba todo el tiempo mi amor.
Luego se cruzaron en alguna fiesta aquel invierno en que Soler festejó su cumpleaños 30 tomando copas en un bar que Leny eligió. Ella tenía entonces 19 años. Aquella noche entre las dos puertas de vidrio que los aislaban del frío, ella lo besó y le puso un sobre celeste en el bolsillo del saco cuando 3 bocinazos los llamaron desde la calle.
Soler leyó y releyó la nota: "Mañana a las 5 en casa. Te quiero. L.".
Se tomó un wisky. Se lavó los dientes. Se acostó sabiendo que soñaría con ella, cosa que solía ocurrirle desde el día en que la había conocido...
Leny le tira el llavero envuelto en un repasador que baja los doce pisos en un instante para caer en el centro de las palmas de Soler, entrenado ya por años en este deporte. Abre la puerta de vidrio y metal. Sube los doce pisos mejorando su imágen en el espejo. Como suele, toca timbre antes de abrir. Ella lo recibe radiante. Se ha arreglado especialmente para él. Sabe que esto a Soler le encanta.
Leny le exige que la ayude a cumplir sus planes. Lo envuelve con cataratas de palabras... todas frases coherentes por separado, pero cuando ella por fin se calla para moverse por la casa como gacela en peligro, buscando algo que encuentra para pasar a la búsqueda siguiente, Soler siente vértigo y frío al repensar lo escuchado. Es el discurso de una depredadora. Leny es un animal hermoso cuyo instinto es perseverar y está dotada para hacerlo o conseguir quien le alivie la carga.
Ella decide todo. Como cuando lo obligó a estar presente mientras informaba a Santiago que lo dejaba por él. Santiago los insultó fuerte, les deseó las peores desgracias. Fue toda una escena de violencia en la calle con intervención policial incluída.
Ella se sienta frente a él. Lo mira fijo apurando la definición. Soler dice a todo que sí.
Ella se le tira encima, lo besa, le mordisquea el cuello. El le sonríe. Ella le gime urgentes deseos al oído. El vuelve a sonreir. Luego se desnudan. Se estiran sobre la sábana celeste. Soler suele mirar en momentos como este los cuerpos unidos nadando en el espejo.
Soler a veces, como ahora, es feliz.
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Relinchos
A la gente se la notaba nerviosa por aquellos días. Las cosas se conjugaban para crear un ambiente caldeado, húmedo y espeso atravesado por descargas eléctricas que lo paraban todo por un instante sin declarararse nunca la tormenta. Así estaban las cosas: la carestía sin control, el desamparo que da el saber que no hay cambio posible, y, el sádico anzuelo de ametrallarte a diario con miles de necesidades a satisfacer para no caer en el embudo del fracaso y de allí lentamente deslizarte al oscuro submundo de los sin retorno para mezclarte en el sálvesequienpueda de los excluidos del gran mazapán envenenado de la ficción social.
Por eso me sorprendió el llamado de Bernárdez que no advertía nunca a nadie el paso que estaba por dar. Jamás anticipaba sus movimientos ni compartía confidencias con nadie. Bien, me llamó para invitarme a comer y explicarme su plan de acción frente a la crisis. Durante la cena me dijo en un tono serio de catedrático - Cuando empezamos a temer la crisis para un futuro próximo es en realidad cuando está en su esplendor. Lo que sentimos como crisis - prosiguió - son las exequias de la misma y el principio del fin. Lo consumado y sus consecuencias.
Conceptos como ese vertía Bernárdez mientras me miraba fijo enfocando su mirada penetrante que te vacía evitando que pienses.
- Guarda que Bernárdez te come el coco con los ojos - me había advertido Pochito antes de presentármelo hace más de dos décadas.
Bernárdez luego de una pausa de emperador en la que saboreó su vino me largó: - Tenemos mucha guita invertida en los caballos. Yo más que vos, un setenta por ciento del paquete. Me temo que el desajuste que harán en la economía va a joder la rentabilidad y el cambio. Estos brutos van a aumentar la tasas , en fin, lo de siempre, cada nueve años un descalabro programado para fugar capitales, y darle pista a los vampiros...
No me hubiera animado a hacerle comentario alguno sobre sus juicios, ya que hubiera confirmado su sospecha sobre mi total falta de iniciativa en el mundo práctico de los fenómenos tal cual son. Sobretodo sabía que no le importaba lo que ocurriera pero sí consideraba vital situarse en el bando correcto. Yo de depredador pragmático, nada. Pero el dinero me gustaba con locura. Tenerlo, saber que ahí estaba... Era un nexo conservador que me aseguraba libertad y evitaba que me perdiera en mi naturaleza poco apta para la vida real. Mis intereses eran modestos: el sexo, la salud, nadar y la lectura. Tener tiempo y pensamiento propio me había dado cuenta desde chico eran la misma cosa. Por eso ahora escuchaba atento la movida genial que mi socio me traía servida.
Las cosas salieron de perlas.
Con las ganancias más mi treinta por ciento vendido a Bernárdez por un precio muy conveniente compré esta casa con árboles centenarios. Pude seguir cambiando amores y dedicarme a leer. Zambullirme acompañado en mis sábanas o solitario en mi rectangular pileta de agua cristalina.
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©Fernando Enbeita - Ciudad de Buenos Aires - 2010
- Cangrejos (2004)
- O bella ciao! (2005)
- Juego vital (2006)
- Relojes en el agua (2007)
- Relojes en remojo (2007)
- Quemar la viruta no la carpintería (2008)
- El tiempo de los barcos (2008)
- Una gota de agua en el pico de un pájaro (2008)
- Iglúes (2009) feliz veleta
- Ser la sed (2009) feliz veleta
- Cadenas (2009)
- Redes (2009)
- Difícil de complacer (2010)
- Invierno nuevo (2010) FE
fegentzen@gmail.com
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Por eso me sorprendió el llamado de Bernárdez que no advertía nunca a nadie el paso que estaba por dar. Jamás anticipaba sus movimientos ni compartía confidencias con nadie. Bien, me llamó para invitarme a comer y explicarme su plan de acción frente a la crisis. Durante la cena me dijo en un tono serio de catedrático - Cuando empezamos a temer la crisis para un futuro próximo es en realidad cuando está en su esplendor. Lo que sentimos como crisis - prosiguió - son las exequias de la misma y el principio del fin. Lo consumado y sus consecuencias.
Conceptos como ese vertía Bernárdez mientras me miraba fijo enfocando su mirada penetrante que te vacía evitando que pienses.
- Guarda que Bernárdez te come el coco con los ojos - me había advertido Pochito antes de presentármelo hace más de dos décadas.
Bernárdez luego de una pausa de emperador en la que saboreó su vino me largó: - Tenemos mucha guita invertida en los caballos. Yo más que vos, un setenta por ciento del paquete. Me temo que el desajuste que harán en la economía va a joder la rentabilidad y el cambio. Estos brutos van a aumentar la tasas , en fin, lo de siempre, cada nueve años un descalabro programado para fugar capitales, y darle pista a los vampiros...
No me hubiera animado a hacerle comentario alguno sobre sus juicios, ya que hubiera confirmado su sospecha sobre mi total falta de iniciativa en el mundo práctico de los fenómenos tal cual son. Sobretodo sabía que no le importaba lo que ocurriera pero sí consideraba vital situarse en el bando correcto. Yo de depredador pragmático, nada. Pero el dinero me gustaba con locura. Tenerlo, saber que ahí estaba... Era un nexo conservador que me aseguraba libertad y evitaba que me perdiera en mi naturaleza poco apta para la vida real. Mis intereses eran modestos: el sexo, la salud, nadar y la lectura. Tener tiempo y pensamiento propio me había dado cuenta desde chico eran la misma cosa. Por eso ahora escuchaba atento la movida genial que mi socio me traía servida.
Las cosas salieron de perlas.
Con las ganancias más mi treinta por ciento vendido a Bernárdez por un precio muy conveniente compré esta casa con árboles centenarios. Pude seguir cambiando amores y dedicarme a leer. Zambullirme acompañado en mis sábanas o solitario en mi rectangular pileta de agua cristalina.
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- Relojes en remojo (2007)
- Quemar la viruta no la carpintería (2008)
- El tiempo de los barcos (2008)
- Una gota de agua en el pico de un pájaro (2008)
- Iglúes (2009) feliz veleta
- Ser la sed (2009) feliz veleta
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